Decisiones, ¿quién no ha tenido que enfrentarse a ellas, quién ha podido pasar por la vida sin encontrarse en el camino con la encrucijada de elegir por algo o por alguien? Creo que nadie lo ha logrado, porque todos los seres humanos al nacer estamos expuestos al cambio y los cambios sin duda, nos arrastran a la toma de decisiones. Es por esto que todo el que quiera ser intencional en su crecimiento, avance y conquista, debe adentrarse en el riesgoso y excitante mundo de las decisiones. Los cambios o transformaciones asociados a la toma de decisión son necesarios para progresar, para hacernos marchar hacia delante y acercarnos a las metas y objetivos que nos hemos propuesto.
Decidimos todos los días y en todos los aspectos de la vida, desde los más banales como qué zapatos usar, hasta los más trascendentales como con quien compartir el resto de la vida. Definitivamente hay elecciones que hacemos casi en automático, pero hay otras en las que nos podemos quedar estancados por días, meses o incluso hasta años sin tener claro lo que debemos hacer. Algunos piensan que elegir es decir sí o no a algo, pero no se dan cuenta que no decir nada también es una elección. Tengo amigos cercanos que han dejado pasar el amor porque por miedo guardaron silencio, otros que frente a la incertidumbre han postergado una respuesta a alguna oferta profesional muy atractiva o las parejas que posponen la paternidad porque aun no han comprado la casa y el carro que quieren.
No decidir también es decidir. Lo único constante en la vida es el cambio, por eso el resistirnos al él, no quiere decir que no estemos cambiando. Resistir al cambio también es cambiar, solo que no avanzamos hacia adelante, cuando no decidimos damos pasos hacia atrás. Aprender a decidir es urgente porque las decisiones o elecciones de vida que hagamos, forjan el camino por el transitaremos mientras estemos vivos. Una acumulación de malas decisiones nos conducirán a destinos no tan buenos, el ser pasivos ante la decisión nos llevará de vuelta atrás, pero el tomar el riesgo calculado de decidir aun cuando haya posibilidad de que esa elección no salga bien nos mantiene avanzando hacia delante.
El miedo al cambio es la razón número uno por la cual la gente no se atreve a decidir. El miedo paraliza, pues cuando estamos ante la incertidumbre de lo que no conocemos, el yo interior levanta sus señales de alerta y nos hace creer que es mejor no hacer nada. La inactividad nos coloca en una cárcel en la que perdemos uno de los regalos más grandes que se nos ha dado a los seres humanos: la libertad. Perder la libertad es perder la identidad. Cuando damos consentimiento a otras personas, a las circunstancias o al miedo para que decidan por nosotros, entonces ya no pensamos más por nuestra cuenta, otros definirán según sus percepciones quiénes somos y hacia dónde debemos dirigirnos. Ceder voluntariamente nuestra libertad a otros es negarnos a nosotros mismos y la incomodidad que esa negación nos provoca tarde o temprano nos pasará la factura.
Los consultorios de los médicos está llenos de gente con múltiples dolencias y afectaciones, algunas totalmente físicas, pero según los expertos en la materia, una gran cantidad de pacientes que acuden a los consultorios médicos por alivio en el cuerpo, más bien están urgidos de un alivio en el alma. Las dolencias emocionales, el tratar de ser alguien que no somos o dirigirnos hacia un destino que no creemos sea el nuestro, hace que estemos perdiendo calidad de vida. Cada día más hombres y mujeres salen por las mañanas de sus casas a conquistar un mundo que no es el de ellos, por eso no debería extrañarnos que la gente, como dirían nuestras abuelitas, no le ponga alma vida y corazón a lo que hacen.
¿Se han puesto a pensar cómo sería el mundo si cada uno asume el riesgo de decidir y se lanza a la aventura de vivir? Saber tomar decisiones no es saber siempre decidir por lo correcto, para aprender a decidir necesitamos equivocarnos. La equivocación también nos hace fuertes, nos enseña mucho más que los aciertos y si tenemos la actitud correcta, la equivocación nos expone al crecimiento personal. Para aprender a decidir es necesario saberse y entenderse vulnerable, estar dispuesto a ganar pero también saber que de la pérdida salimos fortalecidos.
Decidir es un acto de humildad y de alegría a la vez, es estar a la expectativa de que con la elección algo maravilloso puede estar a punto de suceder pero también comprender que si las cosas no salen bien, no pasa nada, el mundo sigue girando y mañana tendremos otra oportunidad para rectificar. Debemos darnos el permiso a equivocarnos, solo así podremos avanzar. Hay tantas cosas por aprender, tantos sueños que alcanzar, tantas conquistas en el camino, que un tropiezo o una caída no define quienes somos ni tampoco nuestro destino. Lo que sí determina nuestra calidad de vida es la actitud que tengamos para levantarnos, para corregir y seguir caminando. Alguna razón tenía Fito Paez al escribir su canción: es solo una cuestión de actitud. La actitud es más importante que el fracaso, la actitud es más importante que el éxito.
¡Solo conquistan los que perseveran, los valientes que son más fuertes que sus miedos!
Por Kenia Salas