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Superpoderosos

¿Quién de nosotros no fantaseó alguna vez con la posibilidad de tener superpoderes? Yo sí, cuando era niña de verdad creía tener superpoderes para ayudar a muchos, es por eso que no lo pensaba dos veces para salir corriendo a auxiliar a quien veía en dificultad o problemas. Intuitivamente buscaba ayudar en lo que estuviera a mi alcance y con bastante frecuencia también prendía el botón de mi imaginación para buscar soluciones que resultaban ser poco seguras. La creatividad, aunada al deseo de contribuir a la solución de problemas, por poco me llevó a la sala de emergencias del hospital cuando tenía siete años, pues decidí rescatar al perro, volando desde el segundo piso por las escaleras de la casa de mi prima. Aprendí la lección, los seres humanos no podemos volar por nuestra cuenta, no tenemos ese superpoder, necesitamos la ayuda de agentes externos para poder hacerlo. Conforme fui creciendo, mi cerebro se llenó cada vez más de altas dosis de realidad, de limitaciones de todo tipo de recursos externos, de incredulidad pero sobre todo de miedos. Sin darme cuenta, había perdido una buena parte de la convicción que me acompañó durante mi niñez, poco a poco había dejado de creer que cada ser humano sobre esta tierra posee superpoderes para hacer la diferencia en la vida de muchos.

Es normal que nos suceda que con los años y la experiencia veamos la vida llena de dificultades y con un alto grado de complejidad. Es normal que un día nos despertemos por la mañana y que sintamos que nos cubrieron con kryptonita durante toda la noche porque no nos podemos levantar. Es normal, que en medio de tantas situaciones personales ya no nos quede fuerzas y energía para volver a sentir los superpoderes que teníamos cuando éramos niños para ayudar a los demás. Ante esas realidades que la vida nos va presentando, nos volvemos pesimistas, derrotistas y desesperanzados, dejamos apagar los recursos que en otro tiempo hicieron que se nos encendiera el corazón con solo el hecho de pensar en poder contribuir al bienestar de otra persona y olvidamos el verdadero significado de ser un ser humano. Aunque en este camino de la madurez muchas cosas nos parezcan normales, en realidad no lo son, quizás podemos decir que son comprensibles pero la normalidad para nosotros los seres humanos es otra.

Según Aristóteles los seres humanos somos seres sociales y racionales por naturaleza, vivimos en comunidad desde su núcleo más elemental que es la familia, pasando por los clanes, las tribus, los pueblos, ciudades y naciones. Según Aristóteles los hombres y mujeres nos unimos básicamente por razones de supervivencia, esa es quizás la explicación más racional pero también la más descolorida y desabrida del porqué vivimos en comunidad. Lo cierto es que lo que planteaba Aristóteles es una parte de la verdad, nos necesitamos los unos a otros para sobrevivir, pero no debemos olvidar que somos seres espirituales, que no lo sabemos todo, no lo podemos todo y necesitamos  tener una constante conexión con Dios. Además de todo esto, tenemos la necesidad de dejar legado a los que vienen detrás, nos preocupamos de lo que quedará de nuestro paso por la tierra, esto nos impulsa a estar en continuo cambio y aprendizaje. Y por último, pero no menos importante, hay otra verdad con respecto de quién somos y la hemos podido conocer recientemente gracias a la neurociencia. Nos relacionamos con otros por las emociones beneficiosas que experimentamos al estar juntos. Entonces, entendiendo que somos seres sociales, racionales, espirituales y emocionales diseñados para sobrevivir pero también para ir más allá de la simple supervivencia, cuando lo pensamos bien, no es normal que perdamos la fe de lo que como sociedad podemos lograr por el bienestar común. No es normal que pensemos en resolver solo nuestras necesidades sin preguntarnos qué podemos hacer para contribuir al bienestar de los demás, en otras palabras no es normal que teniendo la esperanza y las soluciones dentro de nosotros no las busquemos y compartamos con otros.

Los seres humanos tenemos superpoderes, no es una historia que se inventan los niños, solo que los niños e incluso muchos adultos no tenemos el conocimiento ni la destreza para comprender en realidad cuáles son esos poderes y por esto ante el desconocimiento tratamos de explicar de alguna manera la emoción que despierta en nosotros el poder ayudar a los demás. Que nos ayudemos unos a otros es algo que Dios colocó en el corazón de los seres humanos para que creemos conexión entre nosotros y experimentemos la alegría de disfrutarnos. Contribuir al bienestar de otras personas  desata en los seres humanos los superpoderes que todos llevamos dentro.

¿Por qué a veces no hacemos nada por los demás? La neurociencia ha realizado aportes interesantes al respecto de quienes somos y cómo funcionamos, ha descubierto que como seres emocionales, nuestras emociones nos impulsan a gran parte de nuestras acciones, esto provoca que nos movamos desde el amor o el desde temor. Entender el poder que tienen las emociones que vienen del amor o el temor es muy importante para poder gestionarlas y actuar en libertad. El temor nos paraliza y nos esclaviza mientras que el amor nos impulsa a la creatividad. Investigaciones recientes, han revelado que es posible registrar en los seres humanos la emoción antes que la razón. La emoción nos permite actuar por intuición, desde el amor somos capaces de crear cosas nuevas y de arriesgarnos con el objetivo de encontrar el bienestar. Con amor logramos que suceda lo que en otros momentos hubiéramos pensado que sería imposible

Esos superpoderes que creíamos tener cuando éramos niños son las habilidades especiales que nos permiten contribuir con la protección, florecimiento y bienestar de los demás, sin embargo, esas capacidades las apagamos si no comprendemos y aceptamos que no solo somos seres sociales, racionales, sino también seres altamente emocionales y espirituales. El cuidado y acompañamiento que necesitamos para vivir es imposible que se de sin el poder que lo mueve todo, el amor. Gracias al amor logramos otros dos poderes más, el poder de la conexión y el poder de la empatía. Estos son los tres recursos que están dentro de nosotros que nos permiten vivir con seguridad y plenitud, son nuestros superpoderes, son los recursos internos con los cuales hemos sido equipados para florecer. Sin embargo, si no desarrollamos estas habilidades, nos desconectamos, nos aislamos y comenzamos a morir. Para potenciar estas habilidades poderosas de la conexión, la empatía y el amor necesitamos volver a lo simple, necesitamos ser intencionales en desarrollarlas con nosotros y con las personas que nos rodean.

No busquemos los recursos fuera de nosotros, pues además de que los recursos externos son limitados, nos alejan de la esencia de lo que somos. Somos superpoderosos porque podemos conectarnos con Dios y Él puso dentro nuestro el amor que nos permite conectarnos y sentir lo que sienten los demás. ¿Qué tal si nos comenzamos con el poder de un abrazo? Abrazar nos conecta, nos permite sentir las emociones del otro pero también es una demostración de amor. El abrazo tiene el poder de sanar, no solo el alma sino también el cuerpo y nos ayuda a crear mejores relaciones entre nosotros. 

Desata los superpoderes que llevas dentro, ¡que no se te pase ni un solo día sin abrazar a los que tienes a tu alrededor!

Por Kenia Salas

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