¿Cuántas cosas tienes pendientes en tu vida? Tantos planes, metas, sueños que aún no se hacen realidad. Lugares en los que deseas estar y a los cuales no has llegado, personas importantes que todavía no has conocido, pero que sin duda, cuando lleguen agregaran valor a tu vida. Es más, si estás enfocado en tu crecimiento y desarrollo personal, seguramente estarás trabajando fuertemente en descubrir la obra de arte que se oculta en lo más profundo de tu ser. Estarás ocupándote en esculpir esa hermosa escultura que el mejor de los artistas creó desde el principio de los tiempos para tu bien y el bien de muchos más. Él escondió su obra dentro de ti para que fuera redescubierta como quien logra descifrar las pistas secretas de un gran tesoro. Todo eso está muy bien, vivir, ocuparse, trabajar orientados en los objetivos con la esperanza de que nos toparemos de frente, en algún punto del camino con eso que esperamos, lo que nuestro corazón desea, lo que estamos seguros es para nosotros y por lo que hemos estado esforzándonos.
Plantearse metas, objetivos, perseguir sueños, estas son tareas que las personas hacemos todo el tiempo. Los seres humanos tenemos la capacidad de ver por adelantado lo que todavía no existe en el mundo físico pero sí en nuestro mundo de las ideas. Dios nos ha dado habilidad de tener visión, que no es lo mismo a tener vista, aunque también todos tenemos vista. La visión nos mantiene con vida, pues nos permite permanecer viviendo a la expectativa que lo que esperamos, lo que ya hemos sido capaces de ver en nuestros pensamientos, pero especialmente lo que ya hemos visto con el corazón, podría ocurrir en cualquier momento. Por otro lado, la vista es menos profunda, es la que con facilidad nos produce desilusión porque no es capaz de hacernos ver más allá de nuestras narices. En la teoría, vivir con visión es la elección más inteligente que podemos hacer, sin embargo, qué sucede en el día-día, en la práctica, cuando las cosas no salen ni se ven como queremos y el pasar de las semanas, meses y a veces hasta años nos recuerdan que la espera de lo que ya vimos con el corazón ha sido demasiado larga. En el mundo de la cotidianidad es cuando si no somos astutos, la vista le gana la batalla a la visión. Estoy segura que todos tenemos al menos una historia de estas, de espera de larga duración en nuestros archivos mentales. Estas esperas interminables acaban con nuestra paciencia, pero sobre todo nos cargan y sobre saturan hasta hacernos explotar.
Cuando lo que estamos esperando se demora más de lo que el músculo de nuestra paciencia puede aguantar, es ahí cuando las cosas se empiezan a poner mal. En realidad, más que las cosas, los que nos ponemos mal somos nosotros. Las fuerzas y ganas de esperar disminuyen hasta llegar al punto de la desesperación, desilusión o el cansancio total. Nos volvemos frágiles, quebradizos y emocionalmente inestables, perdemos la capacidad de ver con claridad en lo profundo y entramos a un peligroso círculo vicioso de emociones que pueden terminar derrumbándonos. Nadie está exento de atravesar estos episodios de angustia, porque en realidad, las personas siempre estamos esperando algo importante, algo que creemos será trascendental en nuestra vida. Yo he vivido en carne propia temporadas de desesperanza y puedo asegurarles que es uno de los sentimientos más sombríos que una persona pueda tener, porque es perder la confianza de recibir lo que con entusiasmo has esperado por tanto tiempo, es sentir la impotencia desgarradora de no poder obtener lo que crees te hará bien. Como si fuera poco que la desesperanza se instale a vivir en tu corazón, llegan otros desagradables inquilinos que luchan por conquistar tu mente y si no tomas el control de tus pensamientos pueden acabar por derribarte, no sólo emocional, sino también enfermarte espiritual y físicamente.
Necesitas estar bien, eso es lo que me repetía una y otra vez en los momentos más oscuros de desánimo. Es difícil, yo sé que cuando todo se ve opaco, sin brillo y sientes que fuiste fuerte por mucho tiempo, pero aún así no llegó lo que esperabas, no tienes ánimo para nada. Aunque tu mundo se cayera a pedazos, aun si estuvieras en la total angustia y desolación, eres más importante que cualquier meta, deseo o sueño, estás por encima de esto, por eso, necesitas estar bien. Esta es una de las lecciones que más valoro de mis tiempos grises, es la que me dio una luz para levantarme y buscar de nuevo la oportunidad de llenar mi vida de esperanza. Nada, nada por lo que estés pasando en este momento, es mayor o más importante que tu vida, por esto, es trascendental que limpies tu mente de los pensamientos que te impiden ver la visión con claridad. Te voy a decir algo que descubrí en mi largo tiempo de espera y que le dio la perspectiva correcta a mis sentimientos de frustración e impotencia, tus sueños necesitan de ti para cumplirse. Ya tendrás otras oportunidades para volver a retomarlos y replantearlos, pero sólo lo lograrás si eres capaz de no perder la visión, por eso necesitas estar bien.
Hay una cosa más que me gustaría contarte de lo que aprendí en mi espera y en lo que aún sigo trabajando cada día, sé bueno contigo. Esto casi nadie te lo va a decir, porque la mayoría, tratando de ayudar te van a presionar para que te exijas lo que tal vez aún no puedas dar. Somos muy duros con nosotros mismos, no nos tenemos compasión cuando pasamos por momentos difíciles. No hablo de conmiseración, ni de tirarnos en un rincón a llorar todo el día y sentirnos las personas más solas e incomprendidas. A diferencia de la conmiseración, que es sentir lástima y quedarnos en el sentimiento sin llevarnos a la acción, cuando sientes compasión por ti, tratas de comprender lo que estás sintiendo. Este entendimiento de tus sentimientos te ayuda a ser paciente contigo, a respetar tus tiempos, pero además la compasión te impulsa a aliviar, reducir o hacer algo productivo con tu dolor. La compasión contigo mismo te anima a no quedarte tendido en el suelo para siempre. Sentir compasión por nosotros, es demostrar con hechos que nos amamos, que conocemos nuestros sentimientos, pero que además nos comprometemos a poner de nuestra parte para salir del hueco donde estamos. Necesitamos ser buenos con nosotros, darnos los espacios necesarios para asimilar las causas, las razones y los porqués de nuestros sentimientos de desesperanza.
Necesitas estar bien, llora cuando tengas que llorar, date la oportunidad de volver a sonreír, levántate y sana tu dolor.
Necesitas estar bien, sólo tú tienes la responsabilidad de cuidarte, no puedes cuidar a otros sino te ocupas primero de ti.
Necesitas estar bien, está en tus manos levantarte, replantearte tus sueños y volver a intentar llenar tu vida de esperanza.
Necesitas estar bien, porque tus sueños por muy grandes que sean, no superan la grandeza de tu VIDA.
¡Necesitas estar bien!
Por Kenia Salas