Nací sin ningún contratiempo o nada particular, bueno esto lo digo según lo que me cuenta mi mamá. Crecí, la verdad, sintiéndome una niña rara, me gustaba hacer cosas que a la mayoría de los niños no le llamaban la atención. Desde muy pequeña tuve un interés muy especial por los trabajos manuales, el sentido de belleza y la imaginación. En la naturaleza encontré tanta perfección y creatividad, que recuerdo quedar impresionada y divagar por horas por cada hoja, insecto o flor que pudiera encontrar. Supongo que debió haber sido extraño para los adultos a mi alrededor, ver la alegría y emoción en mi cara cuando las primeras lluvias hacían despertar un delicioso olor a tierra mojada después de un largo y caluroso verano. Pero quizás, lo más raro de mí en esa época, era esa manera tan especial de admirar y asombrarme por las pequeñas cosas que me rodeaban, esa forma de ver la vida con gratitud y paciencia que hoy casi solo podemos encontrar en las personas que han pasado por mucho, los que han sobrevivido a las circunstancias difíciles y han entendido que la vida solo es un ratito.
Conforme fui creciendo, ya más en la adolescencia, mi vida se fue complicando, de repente me encontré sola y con tantas cosas pendientes. Al cumplir los 16, atravesamos por una crisis familiar que hasta el día de hoy, décadas después, todavía vivo las consecuencias. La universidad no fue fácil tampoco, más allá de lo académico, para mí la universidad fue un reto a nivel social. En medio de esa crisis familiar tuve que esforzarme por encontrar el balance entre ser una adolescente, cuidar de un hermano, sacar adelante una casa, ir a la universidad y no morir en el intento. En esa época ya no tenía ni el tiempo, ni las ganas, ni las fuerzas para asombrarme de las cosas pequeñas, más bien me sentía como si un tren me estuviera pasando por encima. Un día desperté dándome cuenta que yo ya no era la misma niña sencilla y entusiasta que creció con esa extraña forma de admirar y ver la vida, ahora me estaba convirtiendo en una mujer que luchaba por sacar adelante muchas cosas, algunas heredadas producto de la mala cabeza de un padre y otras las normales de cualquier muchacha de mi edad. El asunto es que en conjunto, todo eso se convirtió en un paquete muy difícil de cargar.
Tal como sucede con las estaciones del año, así la vida de cada uno está ordenada por temporadas. De la misma forma que los tiempos de poca lluvia marchitan todo a su paso, convirtiendo nuestro entorno árido y escaso, mis tiempos difíciles me robaron el sabor de la vida y la fuerza para seguir. Por lo menos eso era lo que yo creía, porque los pensamientos que permití que sonaran más alto dentro de mi cabeza, no me dejaban percibir el grato olor a esperanza de la nueva estación que se aproximaba. Al salir de la universidad mi sentido de la vista cambió, poco a poco, sin yo esperarlo, porque la verdad yo ya no esperaba nada, las cosas comenzaron a verse mejor, a olerse mejor y a percibirse mejor, en pocas palabras volví a sentirme viva. En todo ese tiempo de sequía y sobrecarga, solo una cosa tenía clara, era una pequeña frase que aprendí cuando era niña, nunca la olvidé, y estoy segura que haber tenido esta frase presente en medio de tanta confusión y dolor, me ayudó a estar lista para recibir con los brazos abiertos la maravillosa temporada que estaba por estrenar. “Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida”, estoy convencida que esta frase hizo posible que yo estuviera atenta para entender y no dejar pasar la llegada de los buenos tiempos.
Llegó el amor a mi vida, el amor en todos sus sentidos, en todas sus expresiones, esta nueva temporada venía cargada de muchas cosas buenas y todas fueron regalos envueltos en amor. Me casé, encontré un hombre maravilloso que debió haber estado un poco loco para querer compartir su vida conmigo y lidiar con las heridas que el dolor deja marcado en un corazón. Pero sin duda, el recuento de los daños del abandono y dolor de los tiempos difíciles no fue tan terrible, gracias al consejo del sabio Salomón de cuidar mi corazón. Llegó el tiempo del perdón, acto que me liberó de lo que quedaba de esa temporada anterior y entonces, entonces estuve lista para recibir el mejor de los regalos que jamás imaginé, llegó mi hijo envuelto en amor. La casa estalló en juegos y risas, mil aventuras en el jardín, música y baile y un confortable olor a hogar que ya había dejado de percibir desde los 16. Tanto amor, tanta alegría y tantas cosas buenas para compartir que nos permitimos pedir un regalito más para agrandar nuestra preciada familia de tres. No pasaron dos meses antes de quedar sorprendidos al enterarnos que el pedido ya venía de camino, solo con un pequeño detalle, encargamos uno y Dios nos estaba enviando dos. Y como la vida es la vida y aun en los buenos tiempos llega lo inesperado, entonces llegó, a los tres meses de gestación nuestros gemelos no crecieron más y algo que aun no entiendo pasó. No están hoy con nosotros y a ellos le sumamos otro regalito más, que dos años después tampoco pudo llegar a nacer.
Temporadas van y vienen, unas buenas y otras no tanto, o por lo menos desde lo que podemos ver. Algunas temporadas son secas como cuando las frutas están fuera de estación y otras temporadas llegan con mucho jugo y sabor. Esa temporada buena para mí, estuvo repleta de regalos, sin embargo, me dejó algunas pérdidas, depresión y una que otra cosa más, pero aun en medio de todo, siempre podía levantar mi cabeza para agradecer y no dejar de mirar los regalos que sí había podido desenvolver. Para ser justa debo agregar que esta temporada me dejó muchos aprendizajes, un corazón más grande, un profundo respeto al dolor humano, un deseo genuino de ayudar a quienes han perdido la esperanza y además ese fue el tiempo cuando descubrí mi pasión por escribir. Definitivamente, esa temporada buena, con algunos, por no decir bastantes episodios inesperados, agregó a mi repertorio de formas de ver la vida, una que otra nueva perspectiva. Ahora es otro el tiempo que estoy viviendo, pero de esta temporada de hoy, otro día escribiré. Te he abierto un pedacito de mi corazón, porque si estás en esta tierra, al igual que yo, de seguro tendrás que pasar tus temporadas, algunas buenas, otras difíciles, otras llenas de aprendizaje y otras de total desolación, pero lo que he aprendido de todo esto, lo puedo resumir en dos grandes reflexiones:
- Cuida tu corazón para que puedas aprovechar la temporada siguiente
- Esfuérzate por entender tus temporadas desde la perspectiva correcta
Mis ojos cambian de color, dependen del clima, de mi estado de ánimo, de la estación del año y de luz a la que esté expuesta. Por eso es que, un día puedo tener ojos verdes, amarillos si lloro, violeta en la playa y así diferentes tonalidades que tienen que ver con mi entorno, mis emociones y yo diría que también mis pensamientos, yo les llamo ojos de temporada. Mis ojos cambiaron de color en cada una de mis temporadas, nada de lo que he vivido ha sido olvidado, mas bien en cada estación he podido sumar un color, un olor, un sabor, una enseñanza y todo eso en conjunto ha ido sumando los recursos necesarios para una mejor construcción de mí. Tú también tienes tus ojos de temporada, no descartes colores, olores y sabores. Si tu temporada de hoy es seca, admira los colores y ten presente que la vida es movimiento, nada es estático, todo pasa, una estación termina para dar paso a otra que te hará cambiar de perspectiva. Aprende de todo y en todo, observa con atención porque tus ojos de temporada te ayudaran a ver y a agradecer cada circunstancia que te ha tocado vivir. Espera con paciencia, respeta tus tiempos y prepárate para la siguiente estación.
Cuida tu corazón para que tus ojos de temporada te sorprendan con un nuevo color.
¡Sácale el jugo a tu vida!
Por Kenia Salas