Libertad, ¿quién no quiere vivirla, encontrarla, saborearla, entenderla, disfrutarla? Los seres humanos pasamos la vida buscando lo que según nuestro criterio es la libertad, pero pocos descubren que la libertad es un regalo que nos fue entregado desde el momento de nacer y que si la perdimos o decidimos vivir sin ella, es precisamente por este privilegio que tenemos de elegir nuestra forma de vivir. Desde pequeños, desafiamos y luchamos contra cualquier estructura que amenace con arrebatárnosla y perseguimos conceptos de libertad que aún ni siquiera entendemos, pero que hemos mal aprendido de experiencias y enseñanzas que parecen ser parte de la masa del pensamiento colectivo. Sin pensarlo mucho, nos sumamos a la corriente de lo que otros dicen y piensan que es la libertad, de cómo se vive y terminamos esclavizándonos al comprometer quienes somos en verdad.
Llegamos a este mundo con nada más que nosotros, al nacer no traemos algo extra que desvíe la mirada de lo que es verdaderamente importante, NOSOTROS, nuestra esencia, lo que traemos como un regalo para el mundo. Sin embargo, conforme vamos creciendo, permitimos que la sociedad, las circunstancias y las experiencias pongan nuestro foco de atención en lo externo, lo que hoy está y mañana no está, y es entonces cuando casi sin enterarnos, cambiamos lo valioso, sustancial y significativo por lo intranscendente. Los bebés no nacen con ropa, ni bolsas, ni cajas, ellos no están preocupados por las cosas que a nosotros de grandes nos complican la vida, lo que sí hacen es disfrutar ser ellos mismos, mientras crecen y se desarrollan. Cada niño trae dentro de sí, un gran paquete de potencial para descubrir y desarrollar sus capacidades de todo lo que ya es. Aunado a esto, todos los niños nacemos con uno de los regalos más maravillosos que Dios en su infinito amor quiso concedernos: la LIBERTAD. En otras palabras, cada persona sobre la tierra, sin excepción, llega a este mundo desnuda, sin accesorios externos pero equipada internamente con dos componentes fundamentales que nos dan sentido a los seres humanos: PROPÓSITO y LIBERTAD. Estos dos ingredientes internos nuestros, son parte de nuestra esencia, de lo que somos desde que nacemos y es lo que nos distingue de los otros seres vivos. Libertad y propósito van de la mano uno de otro, es decir, tanto el propósito se desarrolla en libertad como en libertad encontramos sentido de propósito. Sin libertad es muy difícil desarrollar el propósito, poder visualizarlo y entenderlo. El propósito no lo perdemos, pero puede llegar a ser invisible a nuestros ojos cuando cambiamos la verdadera LIBERTAD por libertades baratas, temporales o circunstanciales y así invisible, con nuestro propósito imperceptible en nuestra realidad, somos incapaces de poder crecer y avanzar en él y terminamos siendo y haciendo lo que otros dicen de nosotros.
Con frecuencia me gusta recordar cuando era una niña, antes de cumplir los 10, esa fue una de las épocas de mi vida en las que más consciente estuve de quién soy. Creía que podía llegar a ser todo lo que me propusiera, me acompañaba un entusiasmo que asustaba a muchos, una energía que no se agotaba y una gran imaginación. En esa época no estaba pendiente de lo que otros pensaban o esperaban de mí, solo quería ser yo, o por lo menos, lo que podía interpretar desde mi corazón con las escasas herramientas que tenía a esa edad. Es así que, algunas veces quería ser doctora veterinaria, pues disfrutaba ayudar a los animales y contaba con la inspiración de mi perro Barú y de mi gata Mimí, amigos incondicionales de mi infancia. Yo no quería jugar lo que las otras niñas de mi edad jugaban, no me llamaba la atención ser una princesa, ni leer los cuentos con finales predecibles de vivieron felices para siempre. Lo que en realidad hacía volar mi imaginación era soñar, buscar la manera de hacer que las cosas sucedieran, escribir mi propia historia, pero sobre todo, yo era de ese tipo de niña que no se daba por vencida con facilidad, de esas que tampoco pueden ser encasilladas en los modelos para una niña esperados por la sociedad. Algunas veces jugaba a ser una ingeniera de carreteras, creaba autopistas y túneles con barro por donde hacía pasar los carritos de juguete de mi hermano. Otras veces, decidía ser arquitecta, imaginaba espacios habitables entre los árboles y plantas del cafetal al lado de mi casa. No importaba hacia donde mi imaginación me permitiera llegar cada día, lo importante para mí era la libertad que sentía de poder soñar, de ser y de hacer lo que mi corazón me impulsaba a explorar. Sí, en esa época de mi vida me sentía realmente libre, libre para soñar, para pensar, para crear, para ser quien yo creía que podía llegar a ser. ¡Disfrutaba tanto estar fuera del cajón!
Luego, conforme fui creciendo, dejé que las experiencias, la gente, la vida me fuera apartando hacia un lugar en el que no quería estar. Cuando empiezas a crecer, te vas dando cuenta que no todo es como lo imaginas, que no siempre tus planes se cumplen a la primera y que tristemente muy pocos creen en tus sueños. Cuando le cuentas los deseos más profundos de tu corazón a otros, lo que quieres lograr, la mayoría de la gente duda que podrás llegar a cumplirlos, y entonces, es cuando empiezas a cambiar, aún sin darte cuenta la libertad que tienes de soñar, de ser y de hacer, por la necesidad de sentirte aceptado y te conviertes en uno más del montón. En mi tiempo de la universidad, escoger una carrera no fue una decisión fácil de tomar, no porque no supiera lo que quisiera, sino porque no quería decepcionar a las personas que tenían influencia sobre mí. Quería lograr la aprobación y la aceptación y sin darme cuenta me encaminé hacia una prisión, allí perdí o por lo menos eso creí, la libertad que traía al nacer.
Escribir sobre esto es necesario, porque no importa la edad que tengamos, nunca debemos dejar de soñar, de desear ser lo que a lo interno nuestro corazón grita que debemos ser, es por eso que tenemos que sacar fuerzas y apoyarnos unos a otros para volver a brillar, para que juntos seamos parte de una sociedad diferente. Una sociedad más libre, pero de la libertad real, la descalza que traemos al nacer, no la barata fabricada que tanto mal nos ha hecho, apagándonos casi hasta convertirnos en individuos en peligro de extinción. Quizás, si le damos más importancia a conversar de estos temas, a que propiciemos los espacios para generar discusiones sinceras, libres de juicios y llenos de aprecio por los sueños de otros, entonces podamos hacer nuestra contribución para que en este mundo seamos más libres, más plenos y llenos de propósito, en otras palabras, para que seamos personas más felices en una sociedad más sana y optimista.
Hay comportamientos que debemos erradicar de nuestra vida personal, para poder construir juntos una sociedad que nos permita soñar en grande, con oportunidades para que quien quiera trabajar duro pueda sacar adelante lo que lleva en su corazón. No hay edad para cumplir los sueños, no tienes porqué quedarte atrapado en la cárcel en la que te has sentido encerrado. No permitas que ni tú, ni otras personas apaguen el brillo que traías al nacer, estás diseñado para vivir en LIBERTAD y PROPÓSITO, no para encajar en el mismo molde de todos los demás, eso sí, te advierto, que no ser parte del montón y decidir correr tras tu sueños requiere de carácter y valentía. Tienes que aprender a valorar y priorizar tus días, tienes que hacerte de la vista gorda y oídos sordos de todos los que intentaran matar tus sueños, tienes que aprender que a algunas personas, por no decir muchas, le incomodará tu libertad para volar, sólo porque ellos no tuvieron el valor para hacer lo mismo. ¡Adelante, se libre, sigue tu corazón y aprende a ser feliz!, tienes todo para lograrlo, el tiempo es ahora. Los recursos internos que tienes, te alcanzan para empezar y luego tu trabajo fuerte abrirá las puertas de nuevas oportunidades y te indicará el camino a seguir.
Recuerdas, ¿cuándo fue la última vez que te sentiste verdaderamente libre, sin prejuicios, sin preocupaciones de no ser suficientemente bueno para los demás? Tal vez tu respuesta te lleve a esa época cuando eras niño y todavía podías soñar sin preocuparte del qué dirán, cuando lo que llevabas puesto no era importante y la libertad se vivía descalza, para poder viajar ligeros, para llegar muy lejos, hasta donde te llevaran tus sueños y esfuerzo, sin perderte del placer de sentir el calor, las texturas y la riqueza del mundo bajo tus pies.
Vuelve a sentir la libertad de soñar en grande, sé quien eres en realidad, quítate los zapatos para que camines descalzo, tal como viniste a este mundo en tu diseño original, sin preocuparte del qué dirán. La libertad más pura y simple, la que trae un niño al nacer, sin los parámetros externos que otros imponen, es la que te permitirá caminar felizmente hacia el propósito que tienes en tu vida.
¡Tus pies son los que te llevarán muy lejos, no tus zapatos, así que viaja descalzo!
Por Kenia Salas