Vengo de una familia de mujeres, mujeres fuertes, valientes, independientes, enigmáticas, mujeres que por diferentes razones de la vida, les ha tocado asumir con cierta soledad pero además con mucha determinación y esperanza las circunstancias adversas con que la vida las fue sorprendiendo. Las mujeres de mi familia materna, todas ellas son parte de un gran libro de sabiduría, misterio y dolor, del que uno podría leer por años sin dejar de aprender y por eso hoy con la madurez que dan los golpes de la vida, quiero reconocerles tanta riqueza que han agregado a la mía. Ellas todas, de alguna manera han sido tesoros a los que he estado expuesta desde que era una niña, con ellas más que aprender cómo se vive la vida, he aprendido cómo se entiende y se siente la vida.
Ma Zoila fue mi bisabuela, a ella no la conocí, murió antes de que yo naciera, sin embargo, las historias que su vida dejó en la memoria de mis tías y de mami, fue una huella que definitivamente me deja tanta curiosidad por saber más de ella, por saber cómo era, por conocer las razones que la hicieron vivir la vida que decidió vivir. Sus nietas no hablan mucho de ella, pero sus caras sí dicen demasiado de lo que Ma Zoila representó para ellas. Ella fue una mujer del siglo antepasado, pero no vivió como una mujer de su época, fue fuerte, independiente, de carácter firme como el acero, poco maternal, no expresaba ningún sentimiento que pudiera confundirse con debilidad. A lo largo de su vida acumuló una fortuna en tierras, producto de su trabajo fuerte y de su determinación. Sus propiedades las heredó a sus otros hijos, dejando sin herencia, a mi abuelita, la única mujer de su primer matrimonio. Ma Zoila fue bastante dura con mi abuelita y quizás esto es lo que mis tías guardan en sus corazones al respecto de su abuela. Ma Zoila, no dejó un legado de amor y ternura al momento de partir, se le recuerda como una mujer inteligente, fuerte, como alguien que sabía lo que quería y que sabía cómo obtenerlo.
Mi abuelita, a la que la mayoría de sus nietos le llamamos mamá, fue una mujer que vivió con dolor los malos tratos y desprecios de su madre. Mamá fue una mujer muy trabajadora, pero a diferencia de Ma Zoila, nunca tuvo o se dio la oportunidad de soñar y pensar que podía lograr las cosas que su mamá había logrado. Desde muy joven quedó sola con cuatro hijas, pues su esposo, mi abuelito, decidió un día salir de la casa y no regresar nunca más. Su trabajo, su esfuerzo y dedicación le permitió sacar a sus hijas adelante y no dejarse vencer por la soledad, tristeza o escasez. Mamá fue una mujer todo corazón, eso sí, con un carácter tan fuerte como el de su mamá y una terquedad que de esa yo sí tuve la oportunidad de experimentar. Ella le transmitió a sus hijas la importancia de la familia y la necesidad de cultivar una relación con Dios. Estoy segura que la fuerza de mi abuelita provenía en gran manera de su fe en Dios, fe que se preocupó por transmitirle a sus hijas, herencia de la que yo hoy gozo, gracias a lo que mami también me heredó. Mamá no soñaba con cosas grandes para ella, solo quería ver a sus hijas casadas con hombres buenos que las amaran y respetaran, que vivieran la vida en familia que ella no vivió y poder disfrutar de sus nietos. Mamá nos heredó amor, ternura, deliciosas comidas y cuidado, ella cuidó a casi todos sus nietos en algún momento de su vida.
Mis tías, tan iguales y diferentes a la vez, pero todas, incluyendo a mami, comparten la herencia que mi abuelita les dejó, un gran amor y respeto por el matrimonio, uniones que todas ellas, de alguna u otra manera se tuvieron que cuestionar en diferentes momentos de sus vidas. Ellas son como leonas defendiendo a sus cachorros, han defendido a sus hijos de lo que sea y como sea, los han apoyado y han dejado desplegar un instinto maternal que ha sido el bálsamo a los corazones de esta siguiente generación de la que formo parte. De mis tías me llevo lo mejor, fui la primera nieta mujer, así que en esta tribu de familia de mujeres fuertes, valientes, amorosas, sin darme cuenta, con tan solo el hecho de nacer, fui la primera de la siguiente generación en ser incluida y aceptada en esta impresionante escuela de aprendizaje vivencial. Desde muy pequeña comencé a recibir poco a poco sus experiencias, a conocer sus historias, sus sentimientos, sus inseguridades, sus decisiones, su visión de mundo, sus limitaciones, en fin todo lo que ellas han querido mostrar y dejar salir de sus corazones. Mis tías y mi mamá, son mujeres que conocen la soledad, la incertidumbre en los momentos difíciles cuando parece que no hay solución, pero también nos han transmitido esperanza, nos han dejado volar y nos han enseñado mucho de resiliencia. Ellas, han superado enfermedades graves, muertes, alcoholismo de sus esposos, abandonos, traiciones matrimoniales y muchas cosas más. Y todas ellas tienen una habilidad que me encanta, ¡cocinan tan rico! Nosotros, sus hijos y sobrinos hemos disfrutado de sus chineos a través de sus cucharas. Ellas nunca han dejado de comer por sus preocupaciones, más bien todo lo contrario, han alimentado a sus hijos no solo con esperanza, sino también con los sabores que esta tierra nos regala para darnos un placer al paladar.
Llegaron mis primas, yo fui la primera de esa generación en venir a este mundo, pero detrás de mí venían otras más, otras que agregarían sabor y valor a mi vida. De todas mis primas, por diferentes razones, estreché lazos muy profundos con tres de ellas. Mis primas, las más cercanas, se convirtieron en hermanas para mí, ellas me han acompañado en las etapas más recientes de mi vida, en la de casada y al estrenarme como mamá. Ellas han reído conmigo, hemos soñado juntas, hemos compartido pensamientos profundos y trascendentales, pero también hemos discutido los temas más banales y superficiales. Ellas, mis primas más cercanas, han llorado conmigo, se han conectado con mi dolor, ellas me atendieron y cuidaron en los momentos más difíciles de mi vida, la pérdida de mis tres hijos. A ellas las quiero con todo mi corazón, por esto desearía que pudiéramos seguir juntas, seguir conectadas para ver crecer a la siguiente nueva generación, la de nuestros hijos. Quisiera que nuestra generación pudiera heredarle a nuestros hijos, conexión, amor de familia y sentido de pertenencia, pero para eso necesitamos seguir unidas a través del amor. Nosotras somos distintas, con visiones de mundo diferentes, pero tenemos la misma terquedad y carácter que heredamos de Ma Zoila y mamá, simplemente porque venimos de la misma raíz.
Las mujeres de mi familia hemos llegado hasta donde hemos podido con los recursos que teníamos, los nuestros y los heredados, pero yo se que podemos llegar más lejos si tan solo pudiéramos empezar donde la última generación terminó, aprender de los errores de las que nos precedieron y así no tener que empezar de cero. De las mujeres de mi familia hemos aprendido lo que ellas han querido enseñarnos, pero hay tantas cosas que ocultaron, tanta riqueza escondida por miedo a ser juzgadas o a parecer débiles. Ellas, las que han estado antes que esta generación, nos enseñaron de la fuerza, valor, determinación, pero también nos enseñaron a no decir todo lo que sentimos, a parecer muy fuertes aunque por dentro nos estemos quebrando. A mis primas y a mí se nos inculcó a callar todo lo vergonzoso, lo doloroso, o lo que nos provocara miedo, como si no hablando las cosas dejaran de existir. Nos enseñaron que las cosas que no se dicen, esas cosas no existen, pero hoy quiero levantar la voz para decir que no, eso no es verdad. Estoy orgullosa de mis raíces, de donde vengo, de las mujeres de mi vida, pero también nosotras hemos sido víctimas del silencio. Cada una de las mujeres de mi familia hemos guardado dolor, hemos escondido episodios vergonzosos o errores en el corazón, que lo único que hacen es dejarnos huecos negros en la continuidad de la historia, impidiendo a la siguiente generación aprender de esas decisiones, errores, vergüenzas o dolores. Yo quiero dejar a la siguiente generación un camino más llano, más sincero y abierto, para que ellos no tengan que atar tantos cabos sueltos, y decirles que aunque uno no diga las cosas, esos episodios oscuros sí son reales, existen en lo profundo del corazón y si no se dicen se convierten en deficiencias y obstáculos para avanzar.
Yo se que mi familia no es la única con episodios ocultos en la historia, creo que nos pasa a muchas familias, pero es tiempo de cambiar, de dejar un legado a la siguiente generación, para que ellos puedan llegar más lejos, para que vivan más libres y felices aceptando su vulnerabilidad. Y tú, ¿quieres dejarle a tu siguiente generación un ambiente más libre de juicios, de miedos y vergüenzas? Ha llegado el tiempo de ser más empáticos, compasivos y amorosos con nosotros y los nuestros. Todos tenemos episodios oscuros, de ellos también aprendemos y no por no hablarlos desaparecerán de nuestra realidad, todo lo contrario, si los guardamos para esconderlos, nos perseguirán, se levantarán en nuestra contra y terminarán enfermándonos. Guardar y no expresar lo que nos avergüenza o nos ha causado dolor, nos convierte en doblemente víctimas y además, borramos de la historia una riqueza invaluable a la generación que viene detrás, condenándola a volver a repetirla.
Rompe ciclos, sana tu corazón permitiendo que otros conozcan tu historia, así sin filtros, auténtica y real. Libérate del pasado, enorgullécete de tu gente y de lo que pudieron hacer, pero tiende un puente a los que vienen detrás para que ellos no tengan que repetir lo que tú tuviste que vivir.
¡Habla y se libre!
Por Kenia Salas