significado, simplicidad, vulnerabilidad

Y, ¿por qué nos hacemos daño?

¿Por qué nos hacemos daño? Esta pregunta me ha estado retumbando en la cabeza desde hace ya bastante tiempo. Yo se, la respuesta no es tan fácil de encontrar, pero es que quiero saber, quiero entender, qué provoca que nosotros los seres humanos, nos comportemos de la manera tan fría y hasta casi inhumana a la que nos estamos acostumbrando. Creo que para respondernos esta pregunta, vamos a tener que cuestionarnos primero algunas otras más, pasar por el escrutinio temas que hemos desatendido ya sea por ignorancia, por egoísmo o por miedo. En cuanto al nivel de crueldad o injusticia que como humanidad hemos tenido que afrontar, la historia nos registra episodios bastante oscuros, que muchos quisiéramos borrar pero sobretodo, quisiéramos nunca más volver a repetir. Guerras, persecuciones, holocaustos, ejecuciones y muchas escenas dolorosas que hemos tenido que sufrir, nos han servido para plantear y replantear algunos paradigmas en los que hoy hemos logramos ciertos avances. Sin embargo, que los pasos que hemos podido avanzar, gracias a lo aprendido de las desgracias de la historia, no nos confundan ni nos hagan conformarnos. Porque, por un lado, lo que hemos alcanzado en cuanto a derechos, concientización o legislación al respeto por la vida humana, por otro, lo estamos perdiendo en la cotidianidad de los hechos que todos vivimos en la casa, la escuela, el trabajo o la calle. Tenemos acceso a la información, conocemos la teoría, sin embargo, no hemos podido ser coherentes en la práctica.

Pero, ¿por qué escribir sobre este tema? Escribo por tristeza, por indignación, porque todos podemos levantar la voz para llamar a la reflexión, pero sobretodo porque es tiempo de pasar a la acción. Esta semana mi país se vio enlutado, con una triste noticia, que más que noticia es una tragedia. Un chofer de un automóvil decidió perseguir a un motociclista y pasarle por encima, resultado: una muerte violenta de un inocente en carretera. En estos tiempos de hiper comunicación, fue cuestión de momentos para que los videos de los testigos de semejante tragedia, circularan por las redes sociales, convirtiéndose esto, ya no solo en una triste y lamentable muerte de un ser humano, sino en un espectáculo de persecución al mejor estilo del circo romano, donde muchos se saborearon los bigotes al juzgar al culpable, solo porque creen estar libres para tirar la primera piedra. No se trata de encontrar a un culpable, claramente en este caso hay una víctima y una persona que por razones que no conocemos actuó de una manera que no es posible justificar. Pero, yo quiero más bien, antes de juzgar y provocar a los leones de este circo romano moderno, intentar entender, no para justificar, no porque esto le devolverá la vida a este hombre que hoy no está con su esposa y su pequeña hija, pero sí porque quizás podamos hacer algo para prevenir que la violencia continúe dejando dolor en tantas familias. Esta tragedia sucedió en mi país y es solo una de muchas que podrían estar ocurriendo no solo aquí, sino a la vuelta de la esquina en cualquier lugar del mundo. 

Comencemos por tratar de entender, ¿qué le pasa por la cabeza a una persona para hacerla perder el control de esa manera y tirar su vida por un hueco? Y es que ahora que lo pienso, el señor del carro somos todos, ¿quién no ha atropellado con sus palabras, más peligrosas que un carro a otra persona que tiene frente de él?, ¿cuántas veces hemos sometido a una especie de tortura a los más cercanos, con palabras venenosas que les decimos a diario y los van matando lentamente? Hacemos mucho daño con nuestras palabras, no solo a desconocidos sino también a los más queridos. Disparamos a otros sin pensar, sin filtrar los pensamientos de nuestra cabeza y luego nos asombramos y criticamos a quienes de repente no pudieron más y explotaron de una manera incorrecta. Es que en esta epidemia de agresión y violencia no se salva nadie, todos en cualquier momento podemos convertirnos en agresores y también todos somos víctimas en potencia, expuestos no solo a la muerte física, que esa es evidente a la vista, pero también estamos expuestos a la muerte emocional. No esperes a que alguien muera para tratar de encontrar la solución al problema, todos tenemos derecho a la vida, pero también todos tenemos derecho a vivir con dignidad. Es decir, no basta con estar vivos, todos necesitamos vivir bien, aceptados, seguros, sintiéndonos reconocidos y amados. Conozco muchas personas que solo sobreviven, sobreviven a los malos tratos de su pareja, a las palabras hirientes de sus padres, a los insultos de sus compañeros, a las burlas de sus amigos. Muchos hemos crecido en ambientes de violencia, que aunque quizás no haya sido física, pudo ser emocional. Cada uno sabe lo que carga, cada quien sabe qué situaciones le han marcado el alma. 

Entonces, ¿por qué nos hacemos daño? Hay muchas posibles respuestas para esta pregunta, pero aquí voy a citar unas cuantas, con las que quizás te puedas identificar y entonces, a partir de allí, buscar ayuda para trabajar en ellas, para saber cómo gestionarlas y sanar heridas abiertas que alguna otra persona te causó. Nos hacemos daño porque estamos confundidos. Algunas personas creen que la vida es una carrera de ganar/perder, que si yo no gano, entonces pierdo. La confusión hace que las personas actúen de manera egoísta y que la competencia se vuelva enfermiza. Nos hacemos daño porque estamos frustrados. La impotencia de no ver nuestros sueños cumplirse, de no obtener lo que deseamos, conduce a la frustración, entonces ante el enojo, una persona frustrada se siente con el derecho de desahogarse con cualquiera que se le atraviese en su camino. Nos hacemos daño porque hemos perdido la esperanza. Cuando las cosas nos han salido mal por mucho tiempo, cuando el pasado no ha sido bueno, cuando el presente se torna nublado y el futuro es incierto, la desesperanza se instala en el corazón y puede causar mucho dolor. Una persona con desesperanza es pesimista, siempre ve el vaso medio vacío, aunque hayan muchas cosas buenas. La tristeza es quien dirige su vida y se siente con autoridad para matar las alegrías de otros. Hay muchas razones más que hacen que las personas se causen daño, como el miedo, la falta de identidad, el no saber cómo expresar amor, todas razones importantes, que si nos le ponemos atención podrían acabar no solo con nuestra vida emocional y física, sino también con la vida de los que tenemos a nuestro alrededor. 

Entonces, ¿qué podemos hacer? La buena noticia es que tenemos la solución en nuestras manos. Hay un trabajo que nos corresponde hacer, un compromiso personal que cada uno debe asumir, si de verdad quiere mejorar su calidad de vida no solo a nivel personal sino también como sociedad. La mala noticia, es que el trabajo no se hará solo, tenemos que arrollarnos las mangas y hacer lo que nos corresponde con intención y dirección. Desde el corazón de las familias, podríamos prevenir y mejorar la salud mental y emocional de los que tenemos cerca. La familia debe ser un oasis en medio del desierto, debe ser un refugio seguro para nosotros y para los nuestros. La familia debe ser una escuela y lugar de entrenamiento, donde aprendemos y ponemos en práctica la empatía, la compasión, el amor. Es el lugar donde descubrimos que todas las personas estamos hechas de la misma materia, que todos sentimos, todos reímos y todos lloramos. Es donde aprendes y aceptas tu vulnerabilidad y la de los demás, donde aprendes a comunicar tus emociones de una manera asertiva y a escuchar a otros. No te preocupes si ya eres grande y tu familia no fue nada de eso para ti, ponlo en práctica con tus amigos o las personas que tienes cerca. La verdad es que nunca es tarde para comenzar, para romper los viejos modelos que nos causaron dolor y aprender una nueva manera de vernos con amor a nosotros y a los demás. 

Todos, sin importar la edad que tengamos seguimos siendo niños, ¿qué tal si comienzas a verte con la ternura, la compasión y la comprensión con la que ves a un niño? Y, ¿qué tal si haces lo mismo con el que tienes al frente? Si nos miramos como niños, nos amamos como niños, nos ayudamos y comprendemos como niños, nuestra carga será más liviana, y te aseguro será más divertido todo en tu vida. No te tomarás las cosas tan en serio y tu enfoque definitivamente será muy distinto al de ahora, perdonarás más, te relajarás más y amarás más. Jesús tenía razón cuando nos dijo que nos convirtamos nuevamente en niños, para que entonces podamos comenzar a vivir el cielo desde ya aquí en la tierra. 

¡Ámate y ama a los otros desde tus ojos de niño!

Por Kenia Salas

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