Siento que fue hace mucho desde la última vez que me senté a escribir. La verdad es que hace más de un mes que no me aparezco por aquí. Esta ausencia repentina, no planificada, no fue algo que yo desee, más bien fue uno de esos episodios de la vida que te sorprende y te obliga a parar sí o sí. No fue una elección, era un asunto de sobrevivencia. Hoy con más fuerzas, con más historias que contar, con enseñanzas de vida que quisiera compartir, pero sobre todo con un inmenso agradecimiento, primero a Dios y luego a todos los que de alguna manera estuvieron allí, estoy aquí, dedos en mi teclado, con unas ganas de abrirte mi corazón sin filtros para contarte lo que se siente volver a vivir.
“Me siento bien, solo un poco cansada, debe ser estrés”, una frase que he escuchado muchas veces y que ese domingo hace un mes atrás, era la explicación que encontré para justificar ese dolor que no podía explicar. Tarde de películas en la cama le dije a mi esposo y a mi hijo, para no darle mucha importancia a ese malestar general que me afectaba todo el cuerpo, pero también para no preocuparlos a ellos sin necesidad. Para no hacer muy larga la historia y centrarme hoy en algunos de los aprendizajes de este último mes, unos días después de ese domingo en el que todo comenzó, terminé en la sala de emergencia de un hospital. Me internaron de gravedad por culpa de una bacteria que parecía le estaba ganando la batalla a mi cuerpo.
¿Qué te pasa por la cabeza cuando de un día para otro, lo que parecía que estaba bien ahora se está derrumbando? Siempre he gozado en general de buena salud, como bien, hago ejercicio, duermo bien, todo lo que uno piensa que es necesario para tener una vida saludable. Sin embargo, allí estaba, en la sala de emergencias del hospital sintiéndome muy mal y después de unos análisis los doctores corroboraron mi condición, me dijeron: “de este hospital no te puedes ir, estás grave, necesitas cuidados inmediatos o podrías morir”. Eso es algo para lo que no estaba preparada.“Yo no me quiero morir”, le dije al doctor, mientras ya no aguanté más y mis ojos rompieron en llanto. Segundos después me están acostando en una camilla con muchas enfermeras a mi alrededor haciendo cada una lo que tiene que hacer. Me conectan a unas máquinas, me buscan una buena vena para colocar la vía, me toman signos vitales, me sangran para recoger otra muestra para enviar al laboratorio a analizar y poder tener más información de lo que me está pasando y todo eso está ocurriendo al mismo tiempo y tan rápido.
Y mientras tengo doctores y enfermeras ocupándose de mí, muchas manos trabajando en mi cuerpo, aún con la fiebre que me hacía temblar del frío y claro, algo de ese temblor también era de miedo, mi mente iba a 1000 por hora. Esta manía que tenemos algunas personas de no parar de pensar, esa terquedad que tenemos los que no estamos dispuestos a dejarnos vencer, ese hacerle frente a lo que sea con fortaleza aunque ya no tenga fuerza, me hacía pensar y preocuparme de todo lo que se nos estaba viniendo encima. La bomba que le acababa de estallar a mi esposo en la cara, de repente ocuparse de todo, la incertidumbre de lo queme iba a pasar, uno nunca está preparado para recibir estas noticias, cómo le decíamos a nuestro hijo adolescente lo que pasaba sin que se asustara. ¿Cómo es eso posible? Si uno mismo está aterrado del miedo. Y él, mi hijo, está en esa edad que se sienten grandes, esa edad en la que ni ellos mismos saben qué es lo que sienten, menos saber cómo manejar los miedos. Todo me daba vueltas en la cabeza, todo se había salido de control y yo de terca resistiéndome a soltar el control y la organización de todo lo que había que organizar. El trabajo, las reuniones, la casa, las responsabilidades, mil cosas más, pero sobre todo, ¿cómo iba a lograr organizar mis emociones?
Aprendí tanto en tan pocos días. Es que en una cama de hospital las prioridades cambian, en una cama de hospital, cuando ni siquiera te puedes levantar para ir al baño, es cuando comienzas a valorar lo que tantas veces damos por sentado. Por eso es que quiero compartir contigo de esta experiencia, abrirte el corazón para contarte lo aprendido, lo vivido, porque si estoy viva es de milagro y los milagros no son para guardarlos sino para compartirlos con otros porque quizá mi historia ayude o aliente a alguien que esté pasando por algo parecido. Yo se que es imposible plasmar en pocas palabras cada reflexión, llanto, miedo, incertidumbre, angustia, esperanza y preguntas sin respuesta que en esa cama de hospital me inundaban la mente y el cuerpo, por eso te lo iré contando poco a poco.
Rendirse no es el fin: Esa primera noche en el hospital me rendí, pero ¡cuidado!, no es lo que estás pensando. En el silencio nocturno interrumpido por los ruidos y alarmas de los monitores a los que estaba conectada y en medio de la oscuridad suspendida cada hora por las visitas de los enfermeros, no podía dormir del dolor y de las preocupaciones, entonces ya sin fuerzas entendí que yo no tenía el control aunque quisiera. Nada, no había nada que yo pudiera hacer para cambiar mi situación y fue entonces que dije: “Dios me rindo, te entrego toda esta situación y todo lo demás, ya no puedo más, que pase lo que tenga que pasar”. Esa decisión sincera de confianza en Dios, como quien se suelta en los brazos de un buen papá, entendiendo que todo estará bien, fue el primer paso para el milagro. En ese momento sentí paz y la fe de que aunque no sabía cómo, todo iba a estar bien. Esa noche aprendí, no en la teoría, si no en la práctica que rendirme ante Dios es el principio de la solución.
Los milagros de la vulnerabilidad: Cuando ya lo que te pasa se te sale de las manos, aflora esta maravillosa pero muy temida característica de todos los seres humanos: la vulnerabilidad. Hay muchas situaciones en la vida en las que puedes sentirte vulnerable, pero en mi caso específico esta vez, allí en el hospital, tan dependiente de todos para todo, fue como un pare obligatorio para reconocer y agradecer por todas las cosas o circunstancias que me rodean. Que cada parte del cuerpo realice su función aunque no nos demos cuenta, te hace entender que en la vida todo es un verdadero milagro, pues es verdad que para morir lo único que necesitamos es estar vivos. La vulnerabilidad, entenderla y aceptarla, me dio la oportunidad de ordenar las prioridades y enfocarme en lo es realmente importante. Cuando estés pasando por tiempos difíciles, acepta tu fragilidad para que esperes con los ojos y corazón de un niño tu milagro y para que vivas con profundo agradecimiento.
La paciencia del paciente: En el hospital entendí, que no es cuando yo quiera, es cuando tiene que ser. Una semana estuve hospitalizada hasta que la bacteria comenzó a ceder ante el bombardeo de los antibióticos, pero aunque yo comencé a sentirme mejor, los análisis de sangre de cada mañana no mostraban los resultados que el doctor esperaba. Un valor de esos exámenes seguía preocupándolo. Mi sistema inmunológico había quedado muy afectado y debido a esto el doctor me envió a la casa para no exponerme a tantas bacterias o virus en el hospital. Yo pensé, ya voy a retomar la vida normal, pero no, en mi casa debía seguir con los cuidados de enfermeras administrándome medicamentos intravenosos cada ocho horas por una semana más, con reposo total y sin visitas. Entendí que los procesos se respetan, no importaba si ya me estaba sintiendo mejor, las indicaciones del médico fueron claras, aún no estaba bien. No es en mi tiempo, cada proceso en la vida le toma un tiempo específico y no se puede adelantar porque se corre el riesgo de echarlo todo a perder. Comprendí porqué se le llama paciente al enfermo, aprendí del verdadero significado de la paciencia.
Cuando se pasa por un tiempo tan difícil como este, a lo interno, tu mundo se detiene, se redefine y adquiere un nuevo significado. Estos eventos te hacen ordenar tus prioridades, replantearte hacia donde diriges tus fuerzas y te hace ser mucho más intencional con tu forma de vivir y de relacionarte con los demás. Volvía nacer, soy un milagro y estoy viva aún porque hay muchas cosas que debo hacer, todavía no he terminado mi misión en esta tierra, pero aprendí que nada de eso ocurrirá si dejo de vivir, así que hoy mi prioridad es vivir, luego vendrá todo lo demás. Un mes después del susto, apenas empiezo a retomar mi vida, apenas comienzo a salir, a manejar, me estoy llevando la vida con calma. Tengo cuidados especiales, medicamentos, vitaminas, alimentación y retomar el ejercicio poco a poco, pero aquí voy, despacio porque precisa.
Hoy mi prioridad es vivir, y . . . ¿cuál es la tuya?
Por Kenia Salas
Que lindo Kenia!!! Me llego demasiado!
Sent from my iPhone
Gracias Adri, me alegra que te haya servido 🙂
Amiga definitivamente Dios es quien está en control y doy gracias a Él por su amor y fidelidad. Me encantan tus testimonios de vida porque son enseñanzas que transmiten esperanza a los demás. Te admiro y te quiero más
Gracias Gabby por tus palabras y por estar allí pendiente de mí. 🙂
Excelente muestra de superación, muchas gracias por compartirla.
Tannia muchas gracias por tus palabras