Mujeres todas, al fin y al cabo, la edad no es lo que importa sino el hecho de ser personas. En 1975, las Naciones Unidas declararon el 8 de marzo como el día Internacional de la Mujer. Fue precisamente un 8 de marzo en el año 1909 que en Nueva York ocurrió el trágico incendio en una fábrica de camisas donde murieron 123 mujeres y 23 hombres y fue justamente ese hecho el que marcó el inicio de la lucha por los derechos de las mujeres. No soy muy dada a hablar de estos temas porque no me considero una defensora feminista ni mucho menos, a mí lo que más me mueve el corazón es la injusticia y desigualdad de cualquier tipo que sea. Admiro, valoro y respeto a las personas, no por su condición social, por su género, por su edad o por cualquier otro argumento que la sociedad haya querido imponernos. Valoro a las personas por el hecho de ser personas, pero esta semana siento que debo alzar la voz y decir lo que pienso, exponer mi punto, aunque sea solo por sacarlo de mi sistema. Sin embargo, no puedo negar que me encantaría que estas palabras sean un catalizador para que cada uno de nosotros saque de adentro lo que tenga que aportar al respecto y así construyamos juntos un lugar más seguro, más justo y más grato para vivir.
La violencia, la injusticia y la inseguridad en las calles, escuelas, trabajos e incluso en los hogares, parece que son cada vez más frecuentes en nuestra sociedad, y no digo que esto les ocurre solo a las mujeres, pero sí podemos ver claramente que los niños y mujeres de cualquier edad son las poblaciones más vulnerables, donde los casos se repiten una y otra vez y desgraciadamente cada vez más en las últimas semanas. No puedo hablar por lo que pasa en otros países porque no soy testigo de primera mano, pero sí se lo que está pasando en mi Costa Rica querido. Crecí en un pequeño pueblo de campo, tuve la dicha de jugar en las calles con la seguridad de que nada me iba a pasar, fui a la escuela caminando sin necesidad de ir acompañada por un adulto sino más bien por todos amigos del barrio que también caminaban a la escuela y hacíamos de ese viaje un paseo de aventura cada día. No digo que nunca pasaran cosas malas, pero sí crecí rodeada de adultos que se preocupaban de cuidar a los niños como un especial tesoro, aunque no fueran sus hijos. Conforme crecía, fui más consciente de algunas cosas que me empezaron a molestar, ese trato diferenciado entre hombres y mujeres, esas cosas que eran mal vistas para las niñas, pero no para los niños. Yo, quizás una niña poco convencional para la época, prefería los deportes extremos, ensuciarme, jugar de carritos con barro, a sentarme a tomar el te jugando a las muñecas. Ya de grande escogí una carrera prácticamente dominada por los hombres, en un campo laboral en el que hay que amarrarse los pantalones para hacerse escuchar y ser tomada en cuenta.
En la universidad tuve un profesor al que respeto muchísimo, que más que profesor fue mi mentor y me impulsó a investigar sobre la desigualdad de género para mi proyecto final de graduación y allí sí los ojos se me abrieron. Seguramente él cansado de tanta injusticia en el tema de género, tanto maltrato hacia las mujeres que se decidían por la arquitectura como proyecto de vida, vio en mí una oportunidad para que alguna se levantara y alzara la voz. Nunca entendí porqué a él le molestaba tanto siendo hombre, el acoso sexual y la discriminación que sufrimos las estudiantes de arquitectura, pero lo cierto es que de mi proyecto de graduación resultó un albergue y centro de capacitación para mujeres agredidas y sus hijos, porque es que cuando se agrede a una mujer, se agrede también a sus hijos y ambos necesitan ser atendidos, soportados y ayudados para que puedan salir adelante empoderados bajo sus propios medios. Ahora que lo pienso, mi tiempo de universidad fue difícil, lidiando con el machismo de los compañeros que se sentían muy ofendidos cuando una mujer presentaba proyectos mucho mejores que los de ellos. Fue difícil lidiar con los comentarios misóginos de esos machos alfa que no aceptaban que una mujer, aun con todas sus diferencias de género podía competir uno a uno con los “mejores hombres”. Fue difícil, saber que uno que otro profesor no me veía como una estudiante deseosa de aprender, sino más bien un filete de carne expuesto en un tenedor. Fue difícil incluso escuchar a los amigos y familiares insinuar con “mucho amor”: mejor escoge una carrera que sea de mujeres y no de hombres. Fue difícil viajar en bus toda mi carrera universitaria y aguantar los “piropos” vulgares de hombres cochinos de cerebros reducidos. Fue difícil, literalmente correr hacia mi casa con mucho miedo cuando ya se me hacía tarde y sentía que me iban siguiendo.
Gracias a Dios estoy aquí, quizás corrí muy rápido, quizás enfrenté a uno que otro con ojos de valentía, aunque por dentro temblaba como gelatina, quizás tuve suerte de poder sacar mi paraguas a tiempo, porque en más de una ocasión le di paraguazos a uno que otro que en la calle se quiso propasar y definitivamente y sobre todo tuve la protección de Dios. ¿Es que ya no podemos salir a la calle tranquilas? El los últimos meses los casos de mujeres desaparecidas en mi país ha ido en aumento, algunas no han aparecido y de otras con mucha tristeza solo que encuentran los huesos. ¿Qué pasa? ¿Qué nos pasa como sociedad que ya las personas han perdido su valor? Para algunas personas asesinar, hacer daño, es como comer pan todos los días. Algunos de esos cerebros reducidos no logran controlar sus impulsos depravados y como no piensan en nada y mucho menos los enseñaron a sentir amor por el prójimo, se dedican a herir y matar. Y a aquellas que tratamos de seguir con nuestras vidas, a las que salimos a la calle como lo haría una persona normal, esos de mentes reducidas nos ven como una mercancía por la que se paga muy bien en los mercados internacionales. Pero no, no somos ni mercancías, ni somos muñecas de nadie, somos personas, somos hijas, somos madres, somos, tías, primas, hermanas, esposas, somos valiosas y merecemos ser respetadas y cuidadas.
Este blog es por todas, por las que ya no están, por las que con fe seguimos esperando que aparezcan y por las que todos los días deseamos salir bien libradas de los ataques de esos cerebros reducidos. ¿Qué hacemos entonces? Que cada uno, hombres y mujeres hagamos nuestra parte, que todos nos unamos para que seamos muchos cuidándonos. Papás, mamás educando una generación más consciente del valor que tenemos hombres y mujeres. Educando una generación más compasiva, más empática, más sensible con menos miedo y más amor. Y con respecto a nosotras, qué tal si en lugar de estar serruchándonos el piso, nos volvemos más solidarias, más hermanas, más unidas. ¿Conoces el término sororidad? Esta palabra está relacionada con la hermandad entre mujeres y es que, en este sistema patriarcal, en el que somos las mujeres las que educamos a los hijos, ¿qué es lo que en realidad les estamos enseñando? Me niego a educar a mi hijo creyéndose que puede hacer más o mejor solo por el hecho de ser hombre, me niego a que vea en mí a una mujer que no apoya a otras mujeres. Mujeres unámonos, no mal eduquemos a nuestros hijos e hijas que, aunque no seamos conscientes nuestras acciones hablan más claro y fuerte que nuestras palabras. Y que más da si tenemos 10, 30, 50 o 70 años, todas somos iguales, iguales, pero admirablemente diferentes. Todas merecemos salir tranquilas, vivir felices y elegir por lo que nos llena el corazón de pasión, sin que tengamos que ser juzgadas por esos hombres de cerebros reducidos o incluso por nosotras porque aún no entendemos que lo que le ocurre a una nos hace daño a todas. Unidas como hermanas, como equipo, apoyándonos, motivándonos y cuidándonos.
Porque somos valiosas, porque somos capaces, porque somos mujeres, alcemos juntas una sola voz para decir: ¡BASTA, YA BASTA cerebros reducidos! Y gracias, mil gracias a esos hombres valiosos, admirables y amorosos que se unen a nuestra lucha todos los días, porque juntos somos todos más fuertes.
Por Kenia Salas