agradecimiento, herencia, significado, vulnerabilidad

Y una parte de mí se fue con ellos

En honor a esos seres queridos, a los tuyos y también a los míos, porque la vida es un evento digno de celebración y partir también es parte de haber nacido. Es que nuestro paso por la vida, así como la conocemos es corta, se nos va volando y, sin embargo, no nos damos cuenta de esto hasta que alguien querido se nos adelanta. Cuando la despedida llega duele, duele el alma y cuando esto pasa la mayoría de las veces no sabemos cómo aliviarla. 

Algunas personas, con buena intención nos aconsejan que sequemos nuestras lágrimas, que no pensemos tanto en ellos, en los que ya han partido, que nos levantemos y sigamos adelante porque aún estamos vivos. Y en parte tienen razón, si seguimos aquí es para valorar el hecho de estar vivos, pero, ¿quién ha dicho que llorar y recordar no es también parte de la vida? Si hoy estás viviendo la partida de algún ser querido, o si sientes que se acerca el tiempo de despedirlo, acompáñame en este espacio para recordarlos y si quieres puedes llorar, pero esta vez no sólo de tristeza sino también de agradecimiento. Porque cuando comiences a repasar esos buenos momentos que tuviste la dicha de vivir con ellos, una pequeña sonrisa se asomará en tu boca y a las lágrimas poco a poco las acompañarán más sonrisas recordando el regalo de que esta persona haya sido parte de tu vida. 

Hoy quiero recordar a dos de los míos porque en realidad de alguna manera, las huellas que dejaron siempre van conmigo, hoy quiero desempolvar esas memorias que más que en la mente se guardan por siempre en el corazón. 

Mi primer recuerdo de esos de corazón me lleva sin duda a mi abuelita paterna, abuelita Nina. Yo quizás tendría 11 años cuando ella nos dejó, no fue sorpresivo, que va, un primer ataque cardiaco nos avisó con tiempo unos meses antes de que nos dejara por completo, Dios nos fue preparando poco a poco para que cuando ya no estuviera con nosotros su “no presencia” no se sintiera tan feo y tan fuerte. Ella me enseñó valentía y además de ella aprendí que cuando uno vive, también le toca morir. Su partida fue en realidad mi primer acercamiento con la muerte física y esta verdad me fue muy difícil comprenderla. 

Recuerdo su particular sentido del humor, era casi imposible saber cuándo estaba feliz, ella fue una mujer dura, fuerte y valiente, enviudó joven y sacó adelante una familia muy grande, como eran todas antes. Me gustaba pasar temporadas con ella, tenía un patio con dos árboles de aguacate según yo gigantes, tenía un gallinero a donde me mandaba a recoger los huevos por las mañanas y también por las tardes, tenía una cocina de leña en donde cocinaba unos deliciosos huevitos tiernos que a mí me encantaban. Con su partida un pedacito de mi ingenuidad de niña se fue con ella, porque cuando se fue entendí que aquí no vamos a estar por siempre y por las malas aprendí cómo se siente la muerte. 

Algunas despedidas y pérdidas más hubo entre la partida de abuelita Nina, y esta otra que les voy a contar. Esta otra despedida me tocó vivirla ya grande, casada y con hijo y fue entonces cuando descubrí que no hay edad que pueda mitigar el vacío y el dolor de la partida de un ser querido.  

Mi abuelita materna, a la que siempre llamé mamá, ella se fue muy lento, ella se fue despacio primero desde la mente, hasta que luego ya no la tuvimos más. El Alzheimer se la fue llevando sin que nadie pudiera hacer algo. Cuando yo era niña, ella me hacía gelatina de colores, para que mis huesos crecieran muy fuertes. Ay como si ella hubiera sabido cuántos golpes y caídas iba yo a recibir a lo largo de la vida y aunque mis golpes no han sido en el cuerpo, recordar el amor con que mi abuelita me preparaba la gelatina, revive en mí el sentimiento de cuanto me quiso y sin duda este pensamiento en mis momentos difíciles me da fortaleza.

Ella me tuvo paciencia, fue cariñosa y muy buena conmigo, por muchos años me cuidó cada noche para que mi mamá pudiera estudiar. Con ella aprendí a conversar y escuchar, pasábamos horas hablando y me encantaba oír las historias de su vida que hasta ese momento me quiso contar. Mamá, como yo le decía, también fue una mujer valiente, que vivió la soledad de criar sin esposo a 4 de sus hijas. Parece que mi abuelito un día se fue sin ningún aviso o explicación, pero ella pudo con todo y a punta de tortillas que hacía y luego vendía, alimentó y vio crecer a sus hijas. Durante mi infancia nunca me faltó sus sopitas de leche con tortillas recién hechas por ella y esas sopitas eran como un abrazo que me calentaba el pecho y la panza de niña.

Mamá tuvo una mirada triste, era como si detrás de sus ojos guardara historias que no podía dejar salir. De mi abuelita materna aprendí que, aunque uno haya sido herido, nunca eso te da derecho a herir. Mi abuelita siempre estuvo allí, cuidando, apoyando, alimentando y amando a los demás. Su don de servicio hoy es una huella en mi corazón, pero ahora que no soy una niña, pienso cómo me hubiera gustado poder conversar con ella de esos secretos que yo sé que tenía y que a nadie más le contó. Porque también de ella aprendí algo que hasta hace poco lo entiendo, que el dolor no es bueno dejarlo almacenado en el pecho. Ese dolor del alma guardado se puede convertir más adelante en alguna dolencia del cuerpo. Cuando ella se fue, una parte de mi historia se fue con ella. He pensado tantas veces que ella se llevó en su partida una pieza de mi rompecabezas sin la cual no puedo completar la imagen que explica muchas cosas mías. Yo creo que si ella estuviera aquí me ayudaría a atar tantos cabos sueltos y a responderme algunas preguntas que quedaron pendientes. 

Muchos años han pasado desde que mis abuelitas se han ido, pero no importa cuánto tiempo pase porque una parte de ellas sigue aquí conmigo, recordándome que llevo en mi sangre, las historias de dos mujeres muy fuertes y valientes que no se dieron por vencidas a pesar de tantas dificultades. Quizás una parte de mí se fue con ellas, pero también una parte de ellas se quedó aquí por siempre conmigo.

Y así somos todos, únicos con identidad propia, pero también de alguna manera somos la composición de lo mejor o lo peor de los que nos han precedido. Yo hace mucho tiempo decidí, quedarme con lo bueno y desde allí construir el recuerdo y también el sentimiento. Si hoy estás triste por los que ya partieron, si es muy reciente la despedida o si llevas muchos años luchando para levantarte después de esa partida, no dejes de recordarlos y hazte un favor, quédate con lo bueno, esta es una forma de mantener sana tu mente y cuidar tu corazón. Y entonces, agradece a Dios por los momentos vividos, si tienes algo que resolver, date el permiso de cerrar cualquier asunto pendiente y entonces sí, celébralos.

¡Celebra el hecho de que alguna manera aún siguen vivos!

Por Kenia Salas

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