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Las marcas de un padre ausente

¿Conoces lo que es el amor de verdad? ¿Has podido experimentar la alegría de amar y ser correspondido, o solo sabes de amor lo que te cuentan las películas? Cuando hablamos de amor pensamos en el amor romántico, de pareja, pero sabías que las personas aprendemos a amar de la forma que recibimos amor de nuestros padres. La mayoría nos despertamos cada mañana con la intención de ser buenas personas, trabajadoras, productivas, capaces de tener relaciones sanas con los que nos rodean y de poder vivir tranquilas y con paz en el corazón. Sin embargo, no solo tenemos intenciones, a lo largo de la vida hemos ido coleccionando limitaciones, producto de las experiencias o vivencias que nos han marcado y con las cuales tenemos que luchar todos los días para poder salir adelante.

Cuando nacemos, llegamos a este mundo estrenándonos como seres humanos, no conocemos ni sabemos nada más allá de lo que por instinto Dios nos ha dotado para poder expresar nuestras necesidades básicas. Somos tan frágiles, tan pequeños, tan vulnerables que solo podemos sobrevivir con los cuidados y atención de nuestros padres. En buena teoría, son los padres los encargados de tomarnos en sus brazos, acompañarnos y proveer todo cuanto necesitamos, pero también son ellos quienes tienen el poder de marcar para bien o para mal nuestra vida. Nuestros padres o los que por cualquier razón asumieron ese rol, es de quienes recibimos no solo el alimento y el abrigo, sino también y por sobre todo y más importante, de ellos recibimos el amor y la forma en que lo entendemos y expresamos.

Conozco a algunas personas que tuvieron la dicha de crecer y ser acompañadas por padres que aunque no lo supieran todo, hicieron su mejor esfuerzo para amar, para proveer de acuerdo a sus recursos todo cuanto pudieron. No estoy hablando de cosas materiales, por encima de lo que se puede comprar con dinero, me refiero a un abrazo, un te quiero, un regazo para jugar o un hombro para llorar, un oído atento a escuchar o una boca para motivar y aconsejar. Los niños que tienen tal riqueza en su infancia, se convierten luego en adultos con más recursos y menos limitaciones, todo gracias a las huellas dejadas por sus padres, huellas de amor, huellas que a su vez ellos también podrán transferir a sus hijos 

Decidí escribir este blog, no solo porque a lo largo de los años he visto con preocupación lo que una generación de padres ausentes ha causado en hombres y mujeres que hoy son adultos que no logran avanzar con su vida, sino también porque yo misma he tenido que ganarle el pulso a la batalla de las heridas que provocó un padre, que aunque estuvo presente en cuerpo, su ausencia en todo lo demás impidió que pudiera demostrarme lo que es el amor. Yo se que no soy la única, hay muchas personas que han sufrido la ausencia de alguno de sus padres y quizás por eso te puedas identificar con mi historia.

Aprendí de mi mamá todo lo que ella tenía para enseñarme del amor, así con todas sus limitaciones, incluso, hoy me sigue enseñando, sorprendiéndome con la grandeza y pureza de su corazón. Ella tiene un corazón limpio, se ocupó de sanar sus heridas producto del abandono emocional y de la destrucción que por años la infidelidad causó en mi familia. Ella se preocupó de hacer todo cuanto pudo para que sus hijos recibiéramos su amor y se aseguró de romper el nocivo círculo del abandono parental. Ya no culpo a mi papá, ahora entiendo que fue producto de lo que aprendió de sus padres y entenderlo de esa manera me hace vivir con la libertad de no cargar el dolor de su ausencia, aunque hasta el día de hoy hace cosas que me asombran y no necesariamente para bien.

Hoy ya no soy una niña, pero sí pertenezco a ese grupo de niños que crecieron carentes de atención y de amor de alguno de sus padres, por eso conozco muy de cerca el dolor de las heridas que este tipo de abandono provoca en las personas. Si viviste en carne propia este dolor, es probable que al igual que yo, solo has tratado de ser muy fuerte para no darle mucha importancia a la traición que se siente cuando el que tenia que cuidarte, el que era responsable de ocuparse de ti, de impulsarte a crecer sin miedo y protegerte, no fue capaz de hacerlo. La ausencia de un padre ya sea física o emocional, terminamos llevándonosla de alguna manera a nuestra vida adulta, porque en realidad aunque hayamos crecido, si no tenemos resuelto este vacío, hay una parte de nosotros que no se pudo desarrollar por miedo y en ese aspecto seguimos siendo niños.

Casi no nos damos cuenta, pero hay situaciones cotidianas que de repente nos vuelven hacer sentir tan vulnerables y frágiles como cuando éramos niños, cuando nos teníamos que enfrentar a la desilusión de una promesa no cumplida y nos quedábamos vestidos esperando un papá que no llegaba. ¿Quieres saber si estás libre de las marcas de la ausencia de amor de alguno de tus padres? Respóndete algunas preguntas, quizás puedas sorprenderte de lo que te queda aun por sanar, pero también pueda ser un alivio porque en tus respuestas puedes encontrar las razones del porqué las cosas no te han funcionado aun. Conocer la raíz del problema es el principio de la solución.

¿Tienes miedo a ser rechazado o abandonado?,

¿sientes una necesidad casi enfermiza de aprobación?,

¿tienes miedo o incertidumbre al futuro?,

¿no sabes cómo expresar amor

¿no sabes en realidad quien eres y de dónde vienes?,

¿sientes que perdiste tu identidad?,

¿dudas de las personas?

Estas y otras situaciones son con las que luchamos cuando no tenemos resuelto el vacío de amor de un padre, cuando no nos han enseñado a dar y recibir amor.

Más importante que lo que pasó, ahora es nuestro deber y responsabilidad ocuparnos de sanar el corazón para poder tener un presente y futuro mejor, para poder dar a otros un amor en libertad, un amor que alegre el corazón y poder heredar a nuestros hijos una vida más sana y fuerte en amor. Se dice muy fácil, pero hacerlo en la práctica no lo es, necesitas tomar la decisión de querer dejar el dolor atrás y creer de verdad que te espera un tiempo mejor. Te comparto lo que a mí me ha ayudado para poder sanar mi corazón de la ausencia afectiva de mi papá, tal vez te sirva también.

Lo primero que hice y creo fue lo más difícil, dejé de sentirme huérfana. Por años crecí sintiéndome huérfana de padre, pues con él nunca pude contar, no estuvo presente en mis logros, ni mis tristezas, nunca fue a una graduación, nunca me puso atención, mi papá no sabe quien soy. Pero en lugar de quedarme dando vueltas en estas carencias, llené mi corazón con el amor de Dios, que a la larga y por mucho es el que me ama de verdad y el que mejor puede enseñarme a amar.

Luego, comencé a verlo como un ser humano más, no como las niñas que ven a su papá como el súper héroe que las protegerá por siempre de cualquiera que quiera causarles daño. No podía pretender verlo de esa manera cuando él era el que más daño me ha causado, en lugar de eso traté de comprender sus propias limitaciones y ser compasiva con él.

Me dispuse a perdonarlo, pues entendí que al seguir ignorando o tapando mi dolor, lo único que provocaba en mi corazón era hacer más grande la infección. Perdonar es el mejor antibiótico que pude encontrar y es lo que sacó desde la raíz el dolor del corazón.

Asumí mi responsabilidad, solo yo, nadie más es responsable de mi dolor y de la sanidad de mi corazón. En la medida que yo esté bien y que comprenda la importancia de cuidar mis heridas hasta verlas convertirse en cicatrices, entonces será cuando podré cuidar mejor el corazón de los demás. 

Esto puede que te duela un poco, pero vuelve a recordar cuando eras niño, cuando sentiste la frustración, el miedo o la tristeza de ser ignorado o rechazado y dile a tu niño interno que todo va a estar bien, que puede crecer tranquilo.

Pasa la página, haz borrón y cuenta nueva y date la oportunidad de crear una nueva y mejorada historia para tu vida.

Por Kenia Salas

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